Medellín híbrido: Lo urbano y lo anónimo en la obra de Félix Ángel

El escritor Juan Fernando Jaramillo analiza la obra Te quiero mucho, poquito, nada de Félix Ángel, a propósito de que se conmemoran 40 años de su publicación, en 1975. 
Las calles de una gran ciudad son siempre el punto de encuentro de un sinfín de expresiones, no sólo artísticas, sino sociales y culturales; y, aunque pareciese que Medellín no es –en comparación– una “gran ciudad”, es el resultado de una hibridación constante que ha hecho de la capital antioqueña una ciudad polisémica, con una cultura urbana que permite la compleja construcción de identidades colectivas entre los llamados “géneros impuros”, el anonimato, y el desarraigo de la memoria histórica. 

Siguiendo la línea trazada por García-Canclini en el texto Culturas híbridas, es posible establecer un diálogo multidimensional con Te quiero mucho, poquito, nada, la novela del antioqueño Félix Ángel.

Es fundamental para entender la línea a trazar entre las obras, conocer el contexto de la obra de Ángel. Publicada en 1975 por el mismo autor, se convirtió en la primera novela en tratar la homosexualidad –y el homoerotismo– desde la perspectiva urbana en Medellín. Sin embargo, atacado por los sectores conservadores de la época, Ángel se vio obligado a retirar la obra, convirtiéndola en una leyenda de la que sobrevive un solo ejemplar, escondido en una biblioteca periférica. 

Te quiero mucho, poquito, nada narra la historia de Felipe Vallejo de Cardona, “mediomonstruomedioniñobello”, nacido y criado en una de las familias más influyentes de la Medellín de los cincuenta; pero, como afirma Ángel: “El peor castigo que podía caerle a un Medellinense respetable, era, por encima de todo, que un hijo suyo resultara marica”.




Lo anónimo y lo íntimo


García-Canclini asegura que:

“[…] la violencia y la inseguridad pública, la inabarcabilidad de la ciudad, llevan a buscar en la intimidad doméstica, en encuentros confiables, formas selectivas de sociabilidad. Los grupos sociales salen poco de sus espacios, periféricos o céntricos”. 

De modo que, siendo esta una condición del anonimato dentro de la hibridación de las culturas urbanas de las grandes ciudades, Félix Ángel, inconscientemente, entrega las pautas con las que podríamos ubicar la construcción de identidad de los grupos homosexuales en la ciudad de Medellín, tomando como punto de partida las imágenes referenciales de las primeras literaturas homoeróticas. 

El narrador de la novela asegura que Pipe Vallejo habría encontrado espacios precisos en el centro de la ciudad donde podría encontrar hombres con los cuales tener sexo casual: las casas del barrio Lovaina, los teatros pornográficos, las calles de Guayaquil y Junín, el café Versalles o Barranquilla. 

Estos “no lugares”, los puntos de encuentro han sido connotados como esa intimidad doméstica que resalta García-Canclini, puesto que los grupos homosexuales han huido de esa violencia que supone la condición sexual –y en particular las prácticas de sexo casual– para crear espacios donde se construya la confianza de la sociabilidad selectiva.
Las grandes ciudades ofrecen el componente de anonimato, puesto que, además de la infraestructura y las construcciones urbanas, existe la mencionada connotación de lugares, destinados a convertirse en espacios. Marc Augé asegura que El espacio, para Michel de Certeau, es un “lugar practicado”, “un cruce de elementos en movimiento”: los caminantes son los que transforman en espacio la calle geométricamente definida como lugar por el urbanismo. A este paralelo entre el lugar como conjunto de elementos que coexisten en un cierto orden y el espacio como animación de estos lugares por el desplazamiento de un elemento móvil le corresponden varias referencias que los mismos términos precisan. 

Y de esta manera, el anonimato se convierte en el elemento que transpone y define los actos de una gran ciudad; no ocurre diferente con la Medellín que plantea Félix Ángel: los personajes de la novela –incluido el mismo Pipe– recurren a las calles lejanas, a los barrios periféricos, para, finalmente, encontrar a “sus iguales”. 

De día puede ser una acera larga, llena de negocios con mujeres que toman té; de noche es un motel público para hombres que deben esconder su naturaleza, mas dejan correr sus instintos entre otros miembros de esa cofradía del aire libre.

Del campo a la ciudad


Otro elemento polisémico que es posible encontrar en Te Quiero Mucho, Poquito, Nada, a la luz del texto de García-Canclini, es la relación urbano-rural de las conformaciones sociales que se dan en las ciudades.

Ricardo Daza [quien sería un enamorado de Pipe] nació el 26 de junio de 1937 en una finca localizada a dos kilómetros de armenia, Zona del Quindío, en el seno de una familia de campesinos, de esas que han ganado lo que tienen con el sudor de la frente. La familia Daza Gómez decide que sus hijos Ricardo y Humberto estudien en la Medellín, la capital, puesto que don Nabucodonosor desea que sus hijos tengan el futuro que él mismo no tuvo. Esta idea sigue vigente, por supuesto: los padres que tuvieron acceso restringido a la educación, están decididos a entregar a sus hijos todo lo que esté a su alcance para que accedan a colegios privados [el de la UPB en este caso]  y universidades.

Esto genera un desplazamiento no forzado del campo a la ciudad, sobre el que García-Canclini señala:

Hemos pasado de sociedades dispersas en miles de comunidades campesinas con culturas tradicionales, locales y homogéneas, en algunas regiones con fuertes raíces indígenas, poco comunicadas con el resto de cada nación, a una trama mayoritariamente urbana, donde se dispone de una oferta simbólica heterogénea renovada por una constante interacción de lo local con redes nacionales y transnacionales de comunicación.

El crecimiento de las ciudades se ve afectado directamente por este movimiento, y el mismo Félix Ángel abre su novela con la misma idea:

La ciudad nació como cualquier ciudad latina. Una capilla, una plaza, un marco de edificios cívicos y administrativos. Con el tiempo la retícula hizo de las suyas en progresión aritmética y la aldea primera comenzó a crecer lentamente sin hacer sentir el paso de los años en la gente […]. 

Nacer para comenzar a morir; abrir los ojos para convencerse por milava vez de que el tiempo sobrará, inútilmente. Un día como esos sintieron la ilusión de poderse convertir en seres más civilizados y transformar su pequeña urbe en una gran ciudad moderna con altos rascacielos forrados en cristal. 

Históricamente es posible corroborar la idea de Ángel: Medellín –teniendo su centro en El Poblado– decidió establecer su centro en la 50 con 50, Colombia con Palacé, y su catedral en pleno Parque Berrío –para llevarlo al Parque Bolívar más tarde–. Sin embargo, una ciudad pensada para la alta sociedad, se llenó de negros y obreros traídos para las grandes construcciones, y las montañas se plagaron de casuchas y tugurios a medio terminar. 

Pasaron los años y las pocilgas periféricas se convirtieron en casas, en barrios, en centros, en provincias. Medellín terminó siendo la segunda ciudad más grande del país, sin orden, creciendo como una línea inmensa que –en el imaginario colectivo, en las identidades colectivas, y en los espacios connotados– va desde los límites de Sabaneta al sur, hasta los límites de Copacabana al norte, conquistando más allá de los picos de las montañas.

Así como Ricardo Daza, la mayor parte de los campesinos y pueblerinos que emigran a Medellín se avergüenzan de la idea de ser un paleto en la gran ciudad, por lo que se ven obligados a eliminar cualquier rastro de su procedencia y adoptar las maneras del nuevo hogar. La identidad se ve hibridada por una cuna que es híbrida de antemano por regiones y países ajenos. Los espacios connotados por foráneos –teniendo en cuenta los barrios altos, las residencias de estudiantes, y los barrios obreros de Medellín, Itagüí y Envigado– han sido fundamentales en el crecimiento de esta y de cualquier ciudad; evidenciado en la obra de Ángel de manera drástica.

Memoria e identidad


Pipe Vallejo se graduó, muy aristocrático, en el teatro Ópera; tomó café en el Versalles; bailó en las discotecas de mala muerte en Lovaina; vivió en una de las exclusivas casas de Chile con Cuba; le tiraba piedras a La Muñeca, en la Metropolitana; sus papás asistían al teatro Junín todos los fines de semana, para regresar a su mansión en El Prado –hoy Prado Centro–; manejaba su carro por La Playa entre las mansiones de arquitectura exclusiva, para llegar al teatro Lido.

¿Qué hay de esa Medellín?


En el teatro Ópera usted podrá encontrar los mejores títulos de cine porno de la ciudad de Medellín; en Lovaina sólo quedan travestis viejos y expendios de droga; las casas del centro no son más que simples hogares humildes; Prado Centro es ahora hogar de indigentes, ancianos y estudiantes; de La Muñeca no queda ni siquiera el recuerdo; las grandes mansiones fueron demolidas para edificar bloques grises –como el teatro Junín que dio paso al Edificio Coltejer–. 

El teatro Lido ha sido rescatado de la ruina por una iniciativa mediocre de la Gobernación, y Versalles es ahora un café-no-tan-popular.

Los habitantes de Medellín tienen poca consciencia histórica; la idea de destruir lo viejo para construir lo nuevo es un menester en los contratos de planeación de la ciudad. García-Canclini sugiere una necesidad de sustituir la herencia del pasado: “hubo una época en que los monumentos eran, junto a las escuelas y los museos, un escenario legitimador de lo culto tradicional”, y se pregunta ¿Qué pretenden decir los monumentos dentro de la simbólica urbana contemporánea? Así pues, ¿qué tendría que decirnos Medellín sobre sí misma? La trama visual que se presenta parece más importante que el mismo sentido histórico que se desplaza como término de interpretación. Sin embargo, es fundamental entender que los lugares se connotan, y se transforman en espacios, no sólo con la participación de factores históricos predispuestos en este, sino que es esencial el componente simbólico que permita la apropiación polisémica del mismo.

Parecerá poco ortodoxo, pero decido tomar la voz: una ciudad sin centro histórico es una ciudad sin memoria. Y sí, quizá Medellín ha decidido olvidar su pasado violento, aristocrático y lleno de odio, pero ese pasado fue fundamental para la creación de la ciudad que somos hoy. Félix Ángel lo entiende, y decide rescatar de la memoria esos espacios, esas relaciones con lo urbano, así como la connotación homosexual y su “origen”, y el valor de ello es incalculable.

[El Mundo Febrero 28 2015]

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